
Un simple partido
Franco zandonadi
La mano, el movimiento de la mano que me pasa cerca, el brazo entero. Como un latigazo. Un zumbido en la oreja, el pestañeo, la sorpresa y la mirada que sigue al proyectil atada como la cola de un cometa. La pausa es un segundo o menos, o muchísimo más. Barovero, que se había levantado un rato antes, cae al piso y se agarra el cuello. Muchos de los que estamos ahí lo insultan, como hace rato, como cuando voló y sacó ese rebote raro y ahogó un grito de gol que hubiera cambiado todo, como recién cuando Osvaldo se le tiró a los pies y lo barrió y le hizo falta, o el otro la exageró y Loustau cobró.
Los que están cerca lo felicitan. ¡Qué puntería, flaco! Giro y le veo la sonrisa, la cara de acierto y el orgullo de sentirse felicitado. En la pantalla del estadio brilla una propaganda; mi cabeza, en cambio, pasa en cámara lenta el replay del momento del impacto de la piedra o lo que este flaco orgulloso le haya arrojado. Me concentro en la mano derecha de Loustau: la va a levantar, llevar a la boca, pitar y suspender. Voy de nuevo a la mano derecha de Loustau, se mantiene ahí, abajo. La otra sube hasta la oreja, hasta el auricular. Ahora le avisan, seguro que ahora le dicen lo que debe estar mostrando la televisión y entonces sí va a levantar la derecha y pitar y suspender. ¿Cómo no le van a avisar? Acá juran que le avisaron del penal de Carlitos. En la tele deben estar reclamando la suspensión del partido. Loustau se tapa la boca y le dice algo a Barovero, con la mano derecha floja señala el punto donde Osvaldo cometió la infracción.
El partido se reinicia y todo vuelve a la normalidad.