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Del anónimo y trágico destino del "pibe chorro" al destino poético en nombre propio

Camilo Blajaquis, César González
Diario la Nación

    Del raid delictivo del “pibe chorro” a la carrera del “poeta villero”: el nacimiento de Camilo Blajaquis En el blog creado por Camilo se puede leer parte del relato de su historia. El joven nació y creció en una pequeña casilla de la villa Carlos Gardel del conurbano bonaerense, en un contexto de extrema vulnerabilidad. Es el mayor de ocho hermanos, su madre lo tuvo a los 16 años, su padre era alcohólico y violento. A los 13 años empezó a consumir sustancias psicoactivas (poxirrán, cocaína y rivotril), a los 14 “comenzó un violento camino delictivo” y a los 15 lo hirió gravemente la policía en un intento de robo. Aquí tomaré una cita textual del blog: “Los dolores causados por el balazo no fueron impedimento para que siga su carrera de pibe chorro y una vez que pudo empezar a caminar volvió al robo. Así transcurrieron 5 meses hasta que volvió a ser herido, esta vez fueron 4 balazos por parte de la policía bonaerense tras un enfrentamiento y persecución de más de 20 cuadras que culminó con el choque de la camioneta robada donde venía César y su compañero, Mario Ortiz, que fallecería unos años después. Los balazos le quebraron el fémur de la pierna derecha en 3 partes y volvió a ser operado para introducirle clavos y prótesis dentro del hueso roto. A pesar de la pesada causa que tenía con solo 16 años (robo calificado, resistencia a la autoridad, abuso de armas, etc.), el juez decidió dejarlo bajo la tutela de su abuela materna, quizás levemente sensibilizado con el devastador estado de salud en el que César había quedado después de los balazos. Su abuela fue con quién se crió mientras su madre Nazarena transitaba un camino también de adicciones, delincuencia y cárcel. Pero tampoco estos tiros detuvieron a César, en muletas, con los clavos en su pierna a cuesta y con un total de 5 tiros en su cuerpo, seguía en la calle a puras adicciones y hasta saliendo a robar.” Podemos localizar hasta aquí un primer tiempo de un cuerpo anónimo y petrificado en la repetición inercial de lo horroroso de un destino trágico de salidas inapelables, lo que ya está escrito. F. Rousseaux en La cultura del riesgo (2006) propone pensar los “secuestros subjetivos” que producen las instituciones carcelarias y manicomiales como “laberintos de obediencia ingida” que impactan de modos diferentes en lo íntimo de cada uno. Explica que “De este lado de la valla, existe esta particular modalidad de la cultura del riesgo, la de aquellos que al no poder hacerse un nombre en ninguno de los agujeros que el entramado social abre, cada vez más, recurren al riesgo absoluto como única salida posible al encierro de la nada existencial o inexistencia del deseo. El riesgo máximo, entonces, se erige en muchos casos como la única vía posible hacia un nombre. Las múltiples experiencias de los pibes arrojados a los extremos de los márgenes, un poco más allá de lo pensable y razonable para cualquier ser humano, son en estos casos productores de algún nombre aunque ello cueste la vida (...) Correr un riesgo, arriesgarse es a condición de poder mediar una decisión, un acto que implique al sujeto”

    También están aquellos jóvenes que, como César González, a partir del encuentro con un deseo que no sea anónimo y se encarne en un cuerpo que lo soporta; logran hacerse un nombre propio en uno de esos agujeros que propone el entramado social y esto le funciona como una salida posible por la vía restitutiva del lazo de amor a un Otro y la ley del deseo. En este sentido, dice en una entrevista para Diario Registrado (2014): “considero al cine como una herramienta de salvación y redención, como dice el francés Alan Badiou: El cine es el único arte capaz de hacer un milagro y de mostrar ese milagro (...) siento el deber de ayudar desde el cine a mi sociedad a que comprenda mejor y de una forma más humana cuestiones que yo viví con mi propio cuerpo”. En el Apéndice de su primer libro de poesías que escribe desde el encierro La venganza del cordero atado (2011), Camilo localiza con precisión ese intervalo de tiempo en que se produce “el click que sigue en expansión”, como lo enuncia. Es canción que es efecto del encuentro inolvidable con el campo de un Otro que introduce la diferencia en la serie repetitiva y tuerce su destino. El “profesor mago” que en el pabellón del penal “le convidó lecturas en vez de faso, le pasó libros en vez de merca y lo empoderó de herramientas y contactos en vez de hierros para que publicara la revista que César tenía en la cabeza: Todo piola?”

   Inaugurándose para el “pibe chorro” un tiempo de historización, restitución y producción artística que da cuenta del recurso simbólico con que cuenta el joven César para jugar con las palabras, las imágenes y su destino. Cito el relato que hace Camilo Blajaquis del “Recorrido cronológico de una obra fabricada contra el tiempo y pensada para contradecir al destino”: “Un año en el instituto Roca: mente alienada al máximo, sin otro porvenir más que morir de un balazo policial, viviendo en la misma frecuencia que los pibes, malgastando la energía que todo guacho posee pero no puede potenciar por la ausencia total de anhelos, desperdiciando mis ganas de vivir, sin haberme enamorado todavía del arte, de la revolución. Un año en el instituto Belgrano: en ese paisaje húmedo, de arquitectura asfixiante, cuadriculado de rejas y apestado de celdas individuales, la literatura se apareció en mi ruta haciendo dedo... y decidí llevarla, obligándola a ser mi mejor amante. Un año y medio en el instituto Agote: tiene lugar el click que sigue en expansión. Cinco meses en el penal de Ezeiza: durísima experimentación corporal del dolor, conocimiento del infierno terrestre, calvario sólo soportado gracias a una sobredosis de esperanza. Cinco meses en el Penal de Marcos Paz: perfeccionamiento de una ansiedad nueva, decisión total a construir una nueva conciencia interior y exterior, despertar mi sensibilidad ante los ajenos ojos tristes. Cuatro meses encerrado en una residencia penal de régimen abierto El Sánchez Picado: en el umbral de la ciudad y de “la calle”, medio asustado ante la cercanía del aire fresco de la libertad. Pero no hubo con qué darle. Del encierro una lor... de las rejas una esperanza...”

   En Poesía a los martillazos, con la que decidí comenzar este trabajo, César dialoga con la filosofía de Nietzche y juega con palabras que “marcan el inacabamiento de la situación carcelaria, su círculo vicioso, su perspectiva alienante, pero también da el ritmo del poema, ritmo-pulso-martillazo de la resistencia del que insiste con la creación y con el cuerpo (“Pegue cobani, que mi espalda se la banca”, dirá en otro poema más claramente). Martilla con su poesía como Nietzche con su filosofía, porque es la manera de desnudar la injusticia de un sistema: “a lo social se lo atormenta con destellos de poesía” y al desamparo se le responde con la esperanza que nace de la belleza, con una flor del encierro (…) “Yo vi belleza en cada paliza”, en cada maltrato se sintió el dolor pero también una revelación: que él era más que eso a lo que le estaban pegando, que en esas “caricias de la angustia” que producía el ultraje quedaba un resto de humanidad desde donde reconstruirse a sí mismo esperando la llegada de un Otro que no era ese que le contaron: “En mi celda no entra Dios / ese tipo es muy raro / alguien que prohíbe tanto para mí no es atractivo. / Cuántas caricias de la angustia recibimos los pibes (…)”

    Una vez recuperada la libertad César comenzó el CBC para ingresar a la carrera de Filosofía en la UBA. En 2011 publicó su segundo libro titulado Crónica de una libertad condicional integrado por “poemas escritos en libertad” y en el 2013 presentó su primer largometraje de ficción Diagnóstico Esperanza. Esta última, retrata muchos aspectos de la vida en una villa alejándose del estilo clásico de narración y simultáneamente proponiendo una forma de filmar propia y una búsqueda singular en la actuación. Cabe destacar, que es en este momento crucial de su vida que César comienza a firmar las producciones artísticas en nombre propio.  

F. Rousseaux señala que “en la repetición es donde un analista halla el ordenamiento sobre el cual montar el punto de invención del sujeto, su acto propio, aquel que lo nombra no sin el significante-amo que lo designó, y es a partir de allí que en ese acto solitario y huérfano de lectura acerca de su destino halla las huellas que lo orientan para recién allí perder esa pisada. Es a partir entonces, de un efecto de transmisión que algo se inscribe de otro modo, como invención”

Ese mismo año César estrenó un documental titulado Corte Rancho donde recorre diferentes villas de CABA y Conurbano. En 2014 los cortometrajes Guachines y Truco. En el 2015 llega el segundo largometraje ¿Qué puede un cuerpo? y el tercer libro de poesía Retórica al suspiro de queja (2016). Si bien esta última es una película en la que César vuelve a retratar al mundo villero desde la mirada de alguien que es parte de él, diciendo al respecto: “Soy villero, filmo en las villas, con actores en su mayoría villeros, cuento sobre realidades, valores y situaciones cotidianas de una villa, vengo filmando sin plata, en mi país no me invitan ni siquiera para la última fila de un festival piola o independiente, y si, por lo tanto lo mío es un cine villero”

    Sin embargo, podemos pesquisar que algo se modificó del primero al segundo cortometraje de César: cierto destino poético y optimista que portaba el título del primero Diagnostico esperanza, donde se rescataba a un niño; hacia su última película ¿Qué puede un cuerpo? que muestra encerronas trágicas y oscuras de escenas mayoritariamente nocturnas. La sensación es que la vida de los pibes en la villa empeoró, el cerco de la muerte los encierra sin salidas posibles. La noche y los vicios devoran gran parte del poco tiempo que le queda a los personajes que deambulan, corren, se extravían, violentan y consumen. En ¿Qué puede un cuerpo? Cesar cuenta la realidad de un humilde y joven “trabajador villero”, unos “pibes chorros”, otros pibes que se inician en los consumos y robos; el amanecer de la violencia y “los eternos tejes manejes, metáforas del capitalismo”. A propósito de los discursos imperantes de la época que empujan al goce ilimitado y su complicado reverso segregatorio, se destacan tres escenas de esta película que escenifican de modo hiperreal sufrimientos hipermodernos (Lipovetsky, 2006): la primera, un carro avanza traccionado por un cuerpo que va recolectando los desechos de la ciudad, entre ellos encuentra un libro de Deleuze, lo guarda y sigue trabajando. La segunda, un joven de 14 años que se dedicaba a cantar, se inicia en el robo y le dice a su joven novia: “voy a hacer un pin pun pan con los pibes. Después te voy a llevar al Mc Donald’s y a comprar muchas cosas”; el jovencito luego del robo se detiene a descansar en los juegos de una plaza. La tercera escena es la de los “pibes chorros” que consumen y manipulan un arma real, frente a una pantalla de tv en la cual a su vez juegan un juego virtual de guerra, uno expresa: “¿Sabés por qué este juego me gusta? Porque se parece a la vida real: te cagás a tiros con la gorra”.

   César refiere en una entrevista “yo tampoco esperaba encontrarme con la vida en “la tumba” como se llama popularmente a la cárcel, tomé conocimiento de lo que podría ser una vida allí donde lo que abunda es la muerte. Por eso la escena donde el cartonero encuentra un libro entre otros cartones. Así como el cartonero no esperaba encontrarse ese libro, yo tampoco esperaba encontrarme lo que encontré en la cárcel, deseos dormidos en mi, la pasión por la lectura (…) En fin, fue en la cárcel el encuentro con la vida, pero no quiere decir que la cárcel me sirvió o sirve para algo (...) simplemente fue allí en un penal donde me re-descubrí y dejé de ser una gota para ser un río, de ser un futuro incierto a ser puro devenir rizomático, donde todo puede cambiar inmediatamente, pasé de ser un cuadrado a ser una línea de fuga, empecé a diseñar el plano de mi vida, un plano nuevo.”  

     Es a partir de ahí donde localizo que César comienza a dirigir su vida y obra con un nombre propio, ya que como dice “cada segundo o fragmento atómico de mi arte es una decisión mía en el plano estético, político y sentimental. El formato de mis películas es ficción (…) yo robo imágenes de la realidad misma, salgo a dar una vuelta por la villa y filmo lo que encuentro en ese momento sin haberlo planificado”.

    Dar vueltas para extraer objetos del campo del Otro y metamorfosear “la basura” de la vida cotidiana de la realidad de su entorno es arte. Dejar de robar objetos materiales de la realidad para robar imágenes y palabras que a través de sus ficciones bordean lo real traumático. Eso es lograr un saber hacer con el síntoma y adelantarse al psicoanálisis. Desde el titulo de esta película César dialoga con la filosofía, esta vez con la de Spinoza, quien planteaba que la potencia humana se estaba maquinizando con el inicio de la era industrial. Dirá César en este sentido: “Yo retomo esa idea en la vida de un villero. Quise mostrar la existencia y el ser de un villero en una sociedad capitalista como la que vivimos. Lo que puede un cuerpo villero siempre es dentro de ofertas muy precisas y limitadas. Y el arte demuestra que puede ser una manera de que ese cuerpo no termine con la espalda doblada de trabajar en siempre los mismos lugares (...) Todo este esfuerzo me confirma que el arte salva, como me lo muestra mi propia historia”.

    Conclusión ¿Hasta dónde se pueden tensar esos cuerpos generalizados, totalizados, anónimos, invisibles, olvidados y muchas veces sepultados vivos? ¿Qué puede el cuerpo de “un trabajador cartonero”? ¿Qué puede el cuerpo de un “pibe villero” o un “pibe chorro”? ¿Y el de “un niño desamparado,  desafiliado o vulnerable”? Mucho más de lo que podemos imaginarnos, ya que como señala César “en las villas hay más vida de la que se cree”. De este modo, César nos enseña acerca del saber hacer que ha logrado “un pibe chorro o villero” con el sufrimiento subjetivo que es efecto del encuentro con lo traumático “en el cuerpo, en el nombre y en la dignidad de existir” (Dobón, 2007).

      A partir del recurso que se inventó por la vía simbólica del arte que le posibilita metamorfosear “la basura o desecho” en palabras e imágenes poéticas que afectan y enlazan otros cuerpos. Que los conmueven, vitalizan y humanizan, al denunciar con ficciones hiperreales lo descarnado de la época. Después de ello, del arte de César González, el sujeto no será el mismo y jamás podrá volver a descontarse del acto creativo que lo implica como sujeto responsable de la causa. Una causa que ya no está sujeta a la ley penal sino a la ley del deseo y el lenguaje, con un nombre propio y un cuerpo que la soporta. Como señala F. Rousseaux, “correr el riesgo de afrontar las vías del deseo, no es del mismo orden que correr el riesgo de la vida para consistir en algún nombre, hacerse escribir un epitafio.”

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