
EL SIGNIFICADO
Decimos que el signo posee significado o significación cuando un intérprete puede establecer la relación entre el signo y el objeto al cual remite, o cuando puede tener la idea, la noción, el concepto de ese objeto o referente. El designado de un signo son las propiedades o características a que remite el signo. El detonado es el objeto al que nos referimos cuando aplicamos un signo. El signo “florero” designa un objeto que posee las características de ser un recipiente para colocar flores y denota a todos los objetos a los que se les puede aplicar ese signo, es decir, denota a todos los floreros. Podemos dar el designado de “dragón”, pero no encontramos ningún objeto al que se les pueda aplicar el signo “dragón”.
No siempre es posible precisar el designado de los signos, en esos casos, se habla de vaguedad. Hay vaguedad en un signo cuando no podemos delimitar con precisión el designado del mismo. Por ejemplo, todos tenemos la noción de ‘joven’ y de ‘viejo’, pero ¿Cuándo se le comienza a decir a alguien ‘viejo’? ¿Cuándo se deja de ser ‘joven’? Estos términos así como los términos ‘montón’, ‘mucho’, ‘poco’-por nombrar sólo algunos- implican vaguedad.
En el caso de que un signo tenga más de un designado, se dice que hay ambigüedad, por ejemplo, la palabra ‘mina’ que designa a un yacimiento de mineral, a un paso subterráneo para iluminar o conducir agua, a la barra de grafito de un lápiz, a un explosivo que se disimula en la tierra y, en la Argentina, a una mujer.
Hay un lenguaje que pretende no ser ambiguo ni tener vaguedad. Se trata del lenguaje científico. El lenguaje científico tiende a ser unívoco es decir, no ambiguo, y a ser preciso, esto es, sin vaguedad. La función del lenguaje científico es informar, por lo cual debe acotarse a lo cognitivo y a evitar lo emotivo. El ideal del lenguaje científico es la neutralidad emotiva.
No obstante, algunos autores cuestionan la posibilidad de un discurso totalmente objetivo. Mejor dicho ¿Con qué criterio se podrá determinar universalmente “lo objetivo”?
Otra alternativa es aceptar la posibilidad de la objetividad del discurso científico, pero a costa de pérdida de contacto con la multiplicidad de lo real. Roland Barthes dice que todo discurso objetivo en un discurso esquizofrénico. Es decir, segmentado, fraccionado, desconectado del resto de la realidad. Parecería que cuando un discurso gana más en precisión y objetividad va perdiendo matices de aquella realidad que, de alguna manera, quiere transmitir.
De todos modos, ¿Qué es un discurso “conectado o desconectado de la realidad”? El lenguaje es una convención, con mayor o menor fuerza afectiva, con mayor o menor carga valorativa, con mayor o menor poder descriptivo. Pero siempre el lenguaje es un “filtro” a través del cual mediatizamos la realidad. Ahora bien, esa realidad, ¿Existe fuera del lenguaje? Dicho de otra manera, ¿Podemos acceder a “la realidad” de otro modo que no sea por medio de las categorías que rigen en nuestro sistema simbólico? ¿En base a qué podemos asegurar que a una realidad más allá del significado que le damos a los signos?
Podríamos encontrar una respuesta en el evangelio de San Juan: “En el principio fue el verbo”. El verbo es la palabra, la palabra es signo, es decir que en el principio no fue “la realidad”, en el principio fue el signo. Y el signo se hizo carne y habitó entre todos.